El 1 de setiembre de 1953 nació en Luque Gilberto Fleitas Cañete, quien inició su carrera en el club local Guaraní de Loma Merlo. De chico acompañaba a su madre al Mercado 4, desde donde pasaban al de Trinidad. Es así que llegó a la máxima categoría en la institución más cercana al puesto de venta, Rubio Ñu.
El crecimiento en La Arboleda con el Laureado y el posterior recorrido local e internacional, en Sportivo Luqueño, Guaraní de Asunción, Universidad de Los Andes (Venezuela), Capitán Figari y Nacional, además de su recordado paso por la Albirroja. Representar al país fue lo máximo en su vida deportiva.
Casado con Smilse Moreno. Sus hijos son Gabriel, Guadalupe, Isaías y Gerardo, quien prepara maletas para viajar a El Salvador para militar en el Atlético Marte. Jugó entre 1966 y 1984. Casi dos décadas en competencias oficiales, aunque continúa dándole a la pelota, emprendiendo con un grupo de amigos acciones solidarias para asistir a colegas que atraviesan por complicaciones de salud.
“El cambio es muy grande en el fútbol. La forma de tratar a los jugadores es distinta. Antes, los futbolistas eran mal vistos; ahora son estrellas, donde se van son bienvenidos, se los recibe con alfombra roja, como se dice. En nuestra época el jugador de fútbol era sinónimo de haraganería prácticamente. Es que era tan difícil la vida y tu gente te decía por qué no vas a trabajar, vas a perder tu tiempo ahí en la cancha. Tenías que hacer todas tus cosas primero para que te den permiso e ir a practicar y jugar”.
Es que los ingresos eran mínimos. Para las conquistas amorosas apelaban más al sistema “porã ro'ópe”, porque no había mucho para gastar. Es por eso que los suegros los recibían con dientes apretados, porque sabían que el visitante estaba más para vaciar la heladera que para cargarla.
“Prácticamente no se ganaba nada. Solo algo para salvar la situación. En sueldo, si te pagaban 10.000 guaraníes ya era bueno. El salario poca gente tenía en cuenta. Lo que salvaba todo era el premio, porque era seguro y se cobraba en la semana. Por partido nos daban 10.000, 15.000. Cuando jugando por Luqueño le ganamos a Olimpia por la Libertadores el premio fue G. 50.000, una buena plata. En la selección, el contrato era 20.000 por mes y el arreglo 20.000 por punto. Si ganábamos, 40.000, porque cuando eso los juegos otorgaban solo dos puntos”.
Fue parte de la Albirroja en varios certámenes y en las eliminatorias para Argentina 1978, bajo la conducción de Ramón “Moncho” Rodríguez. “Un gran profesional, influyente en mi carrera, porque me convocó en varias ocasiones y me ayudó para ir a Venezuela. Le estoy muy agradecido”.
“Era un triangular por un cupo. Fuimos a Colombia y ganamos 1-0 en El Campín. Para la vuelta aquí, con calor de 40 grados, nos llevaron a hacer sauna al mediodía. Para la mayoría era la primera vez, un sábado. Al otro día los muchachos no podían ni pararse, era contraproducente. No sabíamos idea de quién fue, pero ese empate nos dejó afuera. Brasil sacó ventaja y se clasificó. Empatamos en el Maracaná y aquí perdimos. Ese baño sauna nos fundió todo”.
En los 70, los planteles activaban en un mismo sitio. “Todos íbamos al Jardín Botánico, nos cruzábamos. Nadie iba otro lado, algunos acudían más temprano, otros más tarde. Siete kilómetros de trote, en unos 35 minutos. El lugar no era tan lindo, solo un sendero por donde transitar”.
El famoso “encierro”, a la espera del partido. “Concentración los viernes, después del entrenamiento. En cuanto a comida, siempre lo mismo, guiso de arroz con ensalada, ensalada de fruta como postre. Los sábados, soyo o locro. En el día de partido churrasco con ensalada, no había variedad, nada que elegir. Mucha lechuga para acompañar. Ahora se ve una mesa llena de comida, con variedad. Tuicha la diferencia”.
Líquido y distracción. “Para tomar nos daban jugo de naranja. De recreación teníamos una, dos mesas de billargol, se turnaba la gente. Casi nada de música. Para comunicación había una línea baja, pero casi nadie luego llamaba, es que costaba tener teléfono. Alguna que otra visita teníamos. Era totalmente un encierro. Los domingos, ir el grupo a la misa a las 07:00 era una costumbre, la misa era sagrada”.
Los encuentros, en lugares modestos. “Concentrábamos en un salón grande, con el famoso catre y encima el colchón, un compañero al lado de otro. Había que hacer turno para entrar al baño, donde entraba uno solo. Y en Luqueño, en una época de mucho frío, no había agua caliente. Había un tanque donde amanecía el agua helada. Gritando se entraba y así mismo se salía, demasiado frío hacía”.
Las farras se hacían los lunes. “Es que la noche del domingo había silencio total, ya todo el mundo descansa. Ni alumbrado público había, no se podía salir por el centro y las 08:00 de la noche ya se dormía. Entonces los lunes era la cerveceada”.
Nada de pizarra para las charlas técnicas. “A las 10:00 comenzaba, media hora de duración. El técnico te explicaba en forma personal y en el entrenamiento se corregían las cosas, se paraba mucho el juego. Los miércoles y viernes, fútbol intenso, de 90 minutos, nada de 30, 40 minutos como ahora. Los martes y jueves, la parte física”.
Tecnología, cero. “Muy poco se televisaban los partidos, solo los importantes. Sentía alegría cuando un periodista me hacía entrevista, era lo máximo, poca gente te hacía caso y era una bendición”.
La primera anécdota. “Con la selección nos tomó una tormenta de Río de Janeiro a São Paulo. Era una escala de media hora y estuvimos arriba más de una hora. Veníamos contando chistes, pero cuando empezó la tormenta, cambió por completo, parecía que el avión se iba a romper. Nos pasamos rezando”.
Gilberto fue un zaguero expeditivo, que “raspaba” cuando era necesario, pero que dejó muy buenos registros porque evitaba las sanciones disciplinarias a las que se exponen los atletas de su puesto. “Era bueno en el anticipo y el salto; muchos goles hice de cabeza. Un gol que le hice a Éver Almeida de chilena en un partido entre Guaraní y Olimpia en Sajonia, que terminó 1-1. De repente no tenía más recursos y ensayé la chilena y la pelota fue al ángulo”.
“Marqué a grandes delanteros de Sudamérica, Mario Kempes, Roberto Dinamita, Fernando Morena. Aquí en nuestro medio a Milciades Morel, Julio ‘Pastelito’ Díaz, Cristóbal Maldonado, Jorge Insfrán, todos corpulentos, fuertes. No salían del área, te peleaban cada pelota. Nunca fui expulsado, no me acuerdo que haya hecho un penal, no hice gol en contra. La velocidad en los cruces rápidos me ayudaba”.
Su referente. “Tuve la suerte de jugar contra Elías Figueroa, un central chileno impresionante. Bien por arriba, muy técnico, rápido, reunía todas las condiciones, un defensor completo”.
A nivel local. “Isidro Sandoval fue uno de los mejores y jugaba hasta en la mediacancha. Le tocó marcarle a Maradona, le anuló jugando como volante en la cancha de Boca Juniors. Fue mi compañero en la selección. De los que siguen en actividad me quedo con Pablo Aguilar”.
El aguatero. “Ingresaba a la cancha y te derramaba el agua, nada más. Muy poco luego se caían los muchachos. Si estaba en el piso es porque iba a ir al hospital, era algo grave o porque sufrió un corte. En cinco minutos te cosían en plena cancha, algunos sangrando seguían jugando. No había posibilidad de cambiar camiseta porque con una sola se disputaba todo el torneo. Te decían luego cambiar está prohibido. Solamente en la selección te podías dar ese lujo con colegas de otros países”.
“El fútbol paraguayo perdió su fortaleza, el juego aéreo. Se quiso cambiar de forma de jugar y nos costó. Cierto que las canchas eran más feas, se jugaba por arriba, se practicaba mucho para el salto. A los defensores les cuesta saltar y eso es preocupante. Falta práctica, enseñanza en campo. Todo es computadora, visual, se filman prácticas, partidos, pero menos trabajo en campo, es mucha tecnología”.
Segundo entrenador en Luqueño con Guilherme Farinha y Cristóbal Maldonado, además de conductor de varios clubes de la Liga Luqueña, campeón Unión de Campo Grande. “Con Guaraní de Loma Merlo entrenábamos en el empedrado, no teníamos cancha, hacíamos trote, buscando de repente un lugar donde haya arena. No había otra forma”.
Se dice que el pasado fue mejor. "Peinado raro, nada que ver, todo normal, poca gente se iba a la peluquería, que casi no había. Ahora toda la semana se cambian de look. En cuanto a botín, uno solo todo el año, para práctica y partido, había que cuidar, betunar. Si se descomponía, se cosía y listo. Las pelotas eran feas, cualquier marca, molestaba el picho en la época del 70. Después se fue perfeccionando.
Una inquietud. “Muy poca oportunidad se les da a los jóvenes, eso significa un gran perjuicio. Hasta los 20 años les aguantan, después les largan todos. Hay que aguantar más, nosotros ya le estamos dando su retiro prácticamente a esa edad, le estamos perjudicando. Antes de empezar a jugar, ya están afuera”.
El mejor técnico que tuvo fue Carlos Arce. “Un señor exigente, que no dejaba nada al alzar; en la práctica te mostraba las equivocaciones. Un adelantado de la época, planteaba los partidos de acuerdo al rival. Contra los equipos grandes no tenía problemas, cerraba los conductos. Muy bueno de contragolpe”.
Y el maestro es de los mejores en anécdotas. “Cualquier cosa y te echaba de la práctica, como castigo. Tenías que esmerarte. Un día le dijo a Francisco ‘Pancho’ Rivera ‘se te están subiendo los humos. Tres cosas te voy a hacer: echar, multar y te voy a pegar también’. Todo rojo quedó el compañero, no sabía qué hacer”. Es que con semejante amenaza...
Via ABC Color https://www.abc.com.py
No hay comentarios.:
Publicar un comentario